2.
Sólo un loco viajaría a un ritmo tan vertiginoso sobre los surcos de los pastizales, especialmente durante la noche. Sólo hacía falta un bache para romperle la pierna al caballo. En el fondo de su mente, Ace Keegan lo sabía. Pero de momento, no le importaba. Al igual que un hombre poseído por demonios, o tal vez perseguido por ellos, espoleó su caballo sobre el suelo irregular. Sujetando el sombrero con una mano, con las riendas en la otra y su cuerpo inclinado hacia adelante a lo largo del cuello de su montura para alcanzar la máxima velocidad.
La noche lo envolvió como los brazos seductores de una mujer, y él anhelaba perderse en ella. Acariciantes dedos de frio viento moldeaban la camisa a su cuerpo y se enroscaban través de su pelo, alrededor de su cuello, debajo de su cuello. Quería viajar más rápido, después aún más rápido. Para sumergirse en la oscuridad. Para separarse de sí mismo y del descubrimiento que su mente simplemente no podía aceptar.
Pero no pudo escapar. No en la oscuridad. Ni a ningún lugar. Un hombre no podía correr lo suficiente, lo suficientemente lejos o lo suficientemente rápido para escapar de la verdad.
Tiró de las riendas, llevó a su caballo de volara una parada repentina. Enfurecido por un trato tan duro, el caballo se encabritó y relinchó, golpeando el aire con sus patas delanteras. Usando de la fuerza de su brazo, el agarre de sus piernas y el peso de su cuerpo como palanca, Ace logró controlar al animal de nuevo, pero sólo por poco.
—Tranquilo, Shakespeare, tranquilo —dijo, respirando tan fuerte como si hubiera estado corriendo él. Acarició suavemente el cuello sudoroso del animal—. Tranquilo, muchacho. Lo siento.
Ace lo sentía realmente. Desde la infancia, nunca había maltratado ningún caballo o permitido que nadie lo hiciera en su presencia. Ahora, aquí estaba él, poniendo su caballo favorito en peligro sólo para poder descargar su ira. Si quería comportarse como un loco, mejor hubiera sido golpear su puño contra un muro de piedra, o saltar desde un acantilado.
Por lo menos entonces el daño sólo se lo haría él.
Shakespeare había sido infinitamente fiel toda su vida.
Se merecía un buen trato.
Trató de transmitirle a través del tacto lo que no podía con palabras, Ace pasó las manos por el cuello y los hombros poderosos del semental, amasando los músculos tensos, dándole palmaditas cariñosas. Después de un rato, el caballo relinchó suavemente, un signo de perdón que sabía que no merecía.
Parecía ser su noche de comportarse como un hijo de puta, primero con Caitlin O'Shannessy y ahora con Shakespeare. Dando una profunda bocanada del fragante aire con aroma a hierba, flores silvestres y alfalfa, se frotó las palmas de la mano por la cara. Cuando su visión se aclaró, el mundo parecía igual a como era hacía poco más de una hora. El cielo estaba arriba, la tierra estaba abajo.
En realidad, nada había cambiado. Y sin embargo, le parecía que todo lo había hecho.
Jesús. ¿Cómo se había metido en esto? Durante los últimos tres meses, desde que había empezado a aplicar su esperada gran venganza, meticulosamente planeada contra los hombres que habían matado a su padrastro, había estado mortalmente seguro de que mantenía todo el control. Había planeado todo tan inteligentemente, previendo cualquier eventualidad. Y entonces la hija de Conor O'Shannessy había entrado en la nocturna luz y había visto su rostro con claridad por primera vez.
Con sus brillantes ojos azules, cabello rojo fuego y rasgos delicados, no se podía negar el parecido de Caitlin O'Shannessy con su medio-hermana Edén. No se podía negar, ni ignorar, ni mentirse a sí mismo al respecto. No era sólo un parecido en sus colores. Podría haber sido capaz de explicar eso. No, era más que eso, un parecido tan notable que era impresionante. Si no hubiera sido por la diferencia de edad, las dos chicas podrían haber pasado por gemelas.
Ace se sintió enfermo. Físicamente enfermo. Caitlin O'Shannessy y Eden Paxton eran medio hermanas, no había duda de ello, y puesto que él sabía condenadamente bien que no compartían la misma madre, solo dejaba una conclusión posible… que tenían el mismo padre, Conor O'Shannessy.
Tal vez, muy en el fondo, Ace siempre había sospechado esa posibilidad. Con su piel de alabastro y el pelo rojo brillante, Eden había sido completamente diferente de los otros hijos de Dory Paxton, e incluso de Dory. Pero incluso si lo había sospechado, él nunca lo reconoció conscientemente. Y no era extraño. Sólo la idea de que la sangre de O'Shannessy fluía en las preciosas venas de su medio-hermana era tan absolutamente vil, que apenas podía creerlo. Su madre siempre le había jurado que el color distintivo de Edén, venía de una lejana tía abuela fallecida en su lado de la familia. Los primeros años, poco después del nacimiento de Eden, Ace era demasiado joven e ingenuo para cuestionar esa explicación, y después, cuando esas dudas insidiosas habían tratado de deslizarse en su mente, él las empujó lejos. No Edén. No su dulce hermanita Edén. La mera posibilidad era incomprensible.
Pero ahora no se podía negar. No porque fuera mayor. O más valiente. O más capaz de aceptarlo.
Pero sí debido a que la verdad se había abierto paso, a la fuerza, cuando posó los ojos en Caitlin O'Shannessy. La noche que ahorcaron a Joseph, Conor O'Shannessy había sembrado su semilla y nueve meses más tarde, una hermosa niña había nacido, una niña que Dory Paxton había llamado Edén en memoria de los sueños de su marido.
Querido Dios… Ace cerró los ojos, tratando sin éxito de poner su mente en blanco, pero la imagen de los aturdidos ojos de su madre, mientras se tambaleaba a través de los arbustos después de haber sido utilizada por Conor O'Shannessy se hizo más fuerte, hasta que su cara y la de Caitlin se combinaron. Esa noche, hace mucho tiempo, O'Shannessy había destruido la dignidad de Dory. Esta noche Ace casi había hecho lo mismo con Caitlin, un hecho que lo enfermó.
En la distancia, detectó el sonido de un caballo que se acercaba rápidamente y se volvió para mirar a través de la penumbra de la luna plateada. Después de un momento, reconoció a su medio hermano Joseph en su castrado pardo. A una distancia de unos tres metros, Joseph, con el sombrero calado hasta los ojos, el pelo rubio volando al viento detrás de él, se puso de pie en los estribos y tiró con fuerza de las riendas, con lo que el caballo se detuvo derrapando, lo que envió una nube de polvo.
Utilizando el agarre de sus muslos, Ace apenas logró mantenerse en la silla de Shakespeare que empezó a hacer cabriolas en una media circunferencia alrededor del otro caballo, sacudiendo la cabeza y soplando ruidosamente por la nariz.
Balanceándose ágilmente en la silla durante un momento para compensar el peso desequilibrado de su castrado, Joseph gritó:
—¿Qué demonios te pasó allí, Ace? ¿Te has vuelto loco?
Esa era una buena pregunta, una que Ace no estaba seguro de poder responder. Le echó a su hermano menor una mirada cáustica.
Joseph sacudió el sombrero, se limpió la frente con la manga de la camisa y se caló el sombrero en la cabeza. Un músculo de su mejilla temblaba con cada movimiento que sus labios hacían para exclamar:
—¡No puedo creer que hicieras eso! Simplemente no puedo creer que hayas hecho eso.
Ya eran dos. Ace se instaló en la silla, tratando de mantener la calma. A pesar de que sabía que se lo merecía, lo último que necesitaba en ese momento era una reprimenda.
—Desde el principio, y por tu insistencia —continuó Joseph—, todos coincidimos en que nuestra lucha era con los hombres directamente responsables de la muerte de nuestro padre. Ningún inocente iba a sufrir daño.
—Nadie inocente lo ha sufrido —replicó Ace—. Tan malo como ha parecido, Joseph, no pasó nada. Al menos dame crédito en eso.
—¿No pasó nada? ¿Cómo puedes decir eso? Patrick O'Shannessy ha sido un hijo de puta, pero eso no te da derecho a desquitarte con su hermana.
Clavándole un dedo para enfatizar su punto, Joseph añadió:
—Necesitas una patada en el culo por el trabajo de esta noche, hermano mayor.
La rabia alcanzó un punto de inflamación dentro de Ace tan rápido, que no tuvo tiempo para razonar más allá de ella. Por suerte, se esfumó con la misma rapidez. Una pelea con Joseph no era el camino que quería para acabar con esto. Sobre todo cuando sabía condenadamente bien que se había equivocado.
Hizo una inspiración profunda y exhaló lentamente.
—Lo siento —le dijo—. Te juro por Dios, Joseph. Fue solo… —Ace calló, buscando una manera de explicarlo—. Bueno, antes de nada, yo pensaba que saldría corriendo hacia el monte en el momento que creyera que su hermano estaba a salvo. No sólo está relacionada con O'Shannessy. Fue criada por el hijo de puta. ¿Quién hubiera esperado que mantuviera el trato?
—Lo que ella podía o no hacer está fuera de la discusión. Tú no tenías por qué humillarla de esa manera.
Ace reconocía que Joseph tenía toda la razón, pero el orgullo le hizo dar marcha atrás.
—¿Sí? Bueno, tal vez me resulte un poco más difícil mantenerme frio. Yo estaba allí la noche que nuestro padre murió. Vi todo el maldito asunto ¿recuerdas? Tú no volviste del arroyo hasta después de que todo terminara.
—Eso es una mierda. Cualquier excusa es buena, ¿es eso?
Ace fijó una mirada torturada en su hermano.
—No estoy tratando de excusar mi comportamiento. Estuve enloquecido durante un minuto. Lo admito. Vamos a dar gracias a Dios que no fue más tiempo.
—¿Un poco loco? ¡Dios misericordioso! ¡Sabía que íbamos a hacer un falso ahorcamiento, pero por un momento, pensé que ibas a recrear lo que pasó con mamá también!
—Tienes que saber que no habría llegado tan lejos.
Incluso a la luz de la luna, la expresión dudosa en el rostro de Joseph era inconfundible.
—Nunca te he visto actuar de esa manera —A medida que su ira se disipaba, su voz se volvió ronca—. No sabía qué hacer, si quedarme parado y dejar que lo hicieras, o tratar de detenerte. Al principio, no pensé que hablaras en serio, ¿sabes? Entonces agarraste la linterna y empezaste a empujarla hacia la parte trasera del granero. Tenías una mirada en tus ojos que no quiero volver a ver de nuevo.
Ace se pasó una mano por la cara.
—Hiciste lo correcto, Joseph. Mi buen sentido ganó al final, y podría haberme vuelto desagradable si hubieras intentado intervenir. Lo siento si te sentiste mal durante unos minutos. Cuando me di cuenta… bueno, todo lo que podía pensar era en nuestra pobre madre y me exigía una pequeña venganza.
Un tenso silencio descendió, sólo roto por el pisar ocasional de un casco o el soplido del aire a través de la nariz de un caballo. A lo lejos, Ace podía oír la llamada de tristeza de un ave nocturna, sus gritos desaparecieron rápidamente en el viento. En un intento de calmarse, tomó una larga inspiración de aire, centrándose en la cantidad de olores que le asaltaron. ¿Era madreselva lo que olía? Dejó que sus ojos se cerraran y se concentró. En los olores. En el sonido de su propio latido del corazón. Inhalar, exhalar. Lento y fácil.
No tenía idea de cuánto tiempo pasó, sólo que lo hizo, y que con el paso de cada segundo, se sentía mejor. El dolor opresivo en el pecho menguaba y sus pensamientos comenzaban a sentirse un poco menos enredados. Levantando sus pestañas, le guiñó un ojo a su hermano, no le pasaba desapercibido el hecho de que no podía haber caído en tal introspección con nadie más que con Joseph. A veces, su hermano parecía entenderlo mejor de lo que lo hacía el mismo.
Ace empujó el ala de su sombrero hacia atrás y palmeó el bolsillo de la camisa.
—Necesito un cigarrillo.
Las comisuras de la boca de Joseph se endurecieron. Era nervudo, delgado y compacto como su padre, que no era un hombre muy grande, pero lo que le faltaba en tamaño, lo compensaba con agallas y tozudez. Ace no confiaba en ningún hombre tanto como en él para guardar su espalda. Joseph podía pelear con media docena de oponentes sin pensárselo dos veces y la maravilla era que por lo general ganaba.
—Fumar, ya —dijo—. Como he dicho, lo que realmente necesitas es una buena patada en el culo.
Ace se removió en la silla.
—¿Sí? Bueno, si vas a hacer los honores, mejor preparara un almuerzo.
—Mierda —dijo Joseph como si la palabra tuviera dos sílabas distintas. Sacó su bolsa Bull Durhamy los papeles La Croix de su bolsillo de la camisa y los arrojó descuidadamente a Ace—. Cuanto más grandes, más duro caen, hermano mayor. Si golpeo a un hombre y no cae, camino detrás de él para ver en qué diablos se apoya para mantenerse de pie.
Se lo estaba diciendo a él que se lo había enseñado años atrás para reforzar su confianza, después de su primera pelea, durante la cual Joseph había terminado con los dos ojos negros, un diente roto, una costilla rota y tres nudillos rotos, la frase se había convertido en una broma . La familiaridad de ahora los puso de nuevo en terreno seguro.
Después de sacar un papel de liar del paquete, Ace lo dobló y espolvoreó un poco de tabaco.
Apretó de nuevo el cordón, y arrojó tanto la bolsa como el papel de nuevo a Joseph. Una rápida lamida, después un toque de sus dedos y tenía un cigarrillo. No era tan elegante como uno de los Cross Cuts[4] que de vez en cuando disfrutaba en casa, en San Francisco, pero serviría.
—Gracias, hermano.
Joseph puso la bolsa en el bolsillo.
—Necesito una cerilla.
—¿Y esa cara de pocos amigos? —Ace se rio ante la mirada ceñuda de su hermano—. Algunas personas nunca aprenden. —Sacudiendo la cabeza, sacó una cerilla Lucifer de su bolsillo—. Suelo llevar algunas cerillas conmigo. Mejor que el infierno que supone frotar dos palos si quiero hacer un fuego. —Rascó la cerilla en la costura de sus Levis e inclinó la cabeza hacia la llama, que protegía del viento con las manos ahuecadas. Un segundo más tarde, se incorporó, dando una larga y satisfactoria calada mientras agitaba la cerilla. Después de tomar dos caladas más, ofreció el cigarro a Joseph.
—¿Paz?
A pesar de aceptar el cigarrillo, Joseph cerró sus rojizas pestañas, y un músculo a lo largo de su mandíbula se empezó a marcar.
—Tú sabes, Ace, que no hay nada de lo que considere sagrado que no me lo enseñaras tú, no creo en nada que no me enseñaras a creer, sobre todo mi actitud hacia las damas. Allá en ese granero, no fueron mis reglas la que estabas rompiendo, si no las tuyas.
Eso picó. Y sin embargo, no podía culpar a su hermano por decirlo. Había roto sus propias reglas, y al hacerlo, había traicionado no sólo a sus hermanos, si no a él mismo.
—Vamos a dar gracias a Dios que no se hizo ningún daño. No pasó nada. Te lo juro. Cuando me di cuenta de que no iba a correr, me fui.
—Tal vez sea así, pero aún así sería mal visto. Será mejor que nadie en el pueblo se entere, o será un golpe para la reputación de la chica, y tú no tendrás a nadie a quien culpar sino a ti mismo.
Ace apretó con fuerza las muelas. Sería un infierno que por arruinar su honor se viera obligado a casarse con Caitlin O'Shannessy para salvar su reputación. La sola idea era suficiente para revolverle el estómago.
—Nadie se tiene que enterar de nada, te lo garantizo. Ninguno de nosotros va a decir nada, y si alguno de ellos lo hace, serán unos malditos tontos.
Otro breve silencio cayó entre ellos. Ace lo rompió finalmente diciendo:
—¿Sabes lo que más me rompe el corazón? Que mamá ha vivido con la verdad durante todos estos años, y ni una sola vez nos ha pedido, a ninguno de nosotros que compartiéramos la carga con ella. Pensando en ello, no puedo recordar ni una sola vez en la que siquiera haya insinuado que Edén es, de algún modo, menos Paxton que el resto de vosotros.
Una expresión en blanco apareció en el rostro de Joseph.
—¿Menos Paxton? —Dejó colgando las palabras, su rostro registraba lentamente su incredulidad cuando la verdad comenzó a abrirse camino—. ¿Qué diablos quieres decir, con menos Paxton?
Demasiado tarde, Ace se dio cuenta que su hermano no había visto la cara de Caitlin O'Shannessy tan claramente como él lo había hecho.
Cuando ella se había puesto en la luz, daba la espalda a Joseph, y el resto del tiempo, probablemente había estado demasiado oscuro para que su hermano viera mucho.
—Oh, vaya, Joseph, lo siento. Pensé…
—¡Hijo de puta! —Joseph se apretó el puente de la nariz y cerró los ojos—. ¡Maldito hijo de puta! No puedes estar hablando en serio. ¿Conor O'Shannessy? Eso es lo que estás diciendo, ¿no? —Inspiró profundamente—. No, maldita sea, no, es nuestra hermana. Yo no lo creo. No Edén. Te equivocas.
Ace se movió un poco en la silla.
—Vamos, Joseph. Realmente lo siento. Honestamente pensé… —Se interrumpió.
No tenía sentido continuar. Lo que había pensado era evidente. Ace sabía que Joseph se sentía como él hacía media hora: indignado, aturdido, furioso. Deseó poder reducir esos sentimientos, pero sabía que no podía. Joseph tendría que superarlos a su manera.
Ace posó una mano sobre el hombro de su hermano.
—Venga, hermano, sé que es difícil. Pero recuerda esto. Por difícil que es de aceptar, nada ha cambiado realmente.
Joseph quitó de un golpe la mano de Ace, quien a la vez, le dio un golpe en la mandíbula.
—Suéltame, maldita sea. No necesito ni quiero tus mimos.
—Joseph, sé lo mal que te sientes. Pero después de haberlo pensado un poco, te darás cuenta que realmente no importa. Edén es la misma la hermana pequeña que siempre hemos querido. ¿A quién le importa quién era su padre?
—¡No, maldita sea! ¿Estás diciendo que nuestra hermana fue engendrada por el hijo de puta que colgó a nuestro padre? Jesucristo. Si es cierto, ¿cómo puedes decir que no importa? —Joseph lo miró desafiante—. Te has pasado ¿cómo sabes que tienes razón? Los O'Shannessy no son las únicas personas en el mundo que tienen el pelo rojo, ¿sabes? Mamá es rubia. Como yo. ¿No podría venir el color pelo rojo de su familia, como ella dice? Sólo porque el Edén y la chica O'Shannessy tienen colores similares, no significa…
—No es sólo el pelo —interrumpió Ace—. Son como un reflejo en el espejo, Joseph. Esas dos chicas son lo bastante parecidas como para ser gemelas. Sólo espera a poder mirarla de cerca. Edén es de constitución más robusta y más alta. Pero, de lo contrario, tendrías que buscar para encontrar las diferencias entre ellas.
Joseph volvió a cerrar los ojos. Después de un largo momento, exhaló un suspiro agotado.
—Nuestra pobre madre. Durante todos estos años, manteniéndolo en secreto. Me gustaría matar a ese hijo de puta con mis propias manos.
Ace conocía la sensación, pero antes de que pudiera decir lo mismo, oyó los caballos que se aproximaba. Los jinetes serían sus otros dos medio-hermanos y los jornaleros que habían estado con él y Joseph en la tierra de los O'Shannessy. Joseph miró por encima del hombro, sus ojos azules se estrecharon para ver.
—¿Se lo vas a decir?
Ace giró a su caballo para hacer frente a los hombres que se acercaban.
—Vamos a esperar hasta que volvamos a la casa. Creo que esto debería ser un secreto de la familia, por lo menos hasta que traigamos a Edén aquí. Entonces… —Se encogió de hombros—. Bueno, sólo Dios lo sabe. No he tenido tiempo de pensar tan lejos todavía. Mamá podría no dejar que Edén venga ahora. Después de todos estos años, puede que no quiera que lo sepa, y no habrá ninguna manera de mantenerlo en secreto una vez que ella vea Caitlin O'Shannessy.
Volviendo su atención a Joseph, Ace se armó de valor para hacer frente a sus otros dos hermanos. Dado que no podía dar una explicación frente a los demás hombres por su conducta escandalosa, los siguientes minutos iban a ser difíciles.
Esa, el más joven de los Paxtons con sus veintitrés años, se irguió el primero. El ala de su sombrero daba sombra a sus ojos, pero Ace podía decir por la dureza en los labios del hombre más joven, que desaprobaba de todo corazón lo que había ocurrido en el granero. El mismo sentimiento se reflejó en la expresión de David cuando se acercó. Los tres jornaleros no eran tan fáciles de leer, pero aun así, podía ver que no estaban muy contentos.
Cuando todos los caballos se calmaron, Ace empujó el sombrero hacia atrás para que todos pudieran ver su rostro con claridad. Mientras hablaba, movía la mirada de un hombre a otro, mirándolos a los ojos.
—Sólo quiero tener que decir esto una vez, así que escuchad todos. Os debo una disculpa a todos por lo que pasó allí. No voy a entrar en mis razones, creo que es suficiente decir que me volví loco durante un minuto. Lamento que haya sucedido, y estaré por siempre avergonzado de haberlo hecho, pero por desgracia, hay cosas que no se pueden deshacer, y esta es uno de ellas.
Kurt Bishop, un hombre rubio, alto, huesudo, apartó la cara para escupir. Cuando se volvió, dijo:
—Usted no tiene que darme explicaciones a mí, jefe.
— Dadas las circunstancias, me temo que sí. Ahí está la cuestión de la reputación de la chica. Te doy mi palabra de que cuando la llevé a la parte de atrás del establo, no pasó absolutamente nada entre nosotros.
—Diablos, eso lo sabemos —Rob Martin lanzó una sonrisa desde su rostro rubicundo. Paseó la mirada por el círculo de jinetes —¿No es cierto, chicos? —Volvió la mirada hacia Ace—. No hay ni un compañero, que trabaje entre nosotros, que piense en avergonzar a una mujer de esa manera.
—Malditamente correcto —Jim Stevens coincidió.
Ace forzó una sonrisa.
—Agradezco vuestra confianza. Y me alegro de saber que a ninguno de vosotros le gustaría ver a una mujer avergonzada, porque esa es mi principal preocupación, el bienestar de la chica. Lo que le hice a Caitlin O'Shannessy esta noche es inexcusable. Todo lo quela pobre chica hizo fue tratar de salvar el pellejo sin valor de su hermano, y las consecuencias que sufra serán por mi culpa.
—Entendemos —dijo Jim suavemente—. Nadie va a saber nada por mí, jefe. Tiene mi palabra.
—De mí, tampoco —estuvo de acuerdo Rob.
Kurt volvió a escupir.
—No tengo razón para ir con el cuento, y a nadie para decírselo si lo hiciera.
Ace inhaló una profunda respiración, y luego exhaló lentamente. Por regla general, no solía hacer amenazas, pero esta era una de las veces que las circunstancias justificaban hacerlo.
—Yo quiero dejar claro, aquí y ahora, que si la noticia de lo sucedido en las tierras de O'Shannessy extiende, el responsable responderá directamente a mí. ¿Está claro? No quiero que se le cause a la chica ni un minuto de dolor como resultado de mis acciones de esta noche.
—Sí, jefe.
—Para mí está claro como el agua, jefe.
—No tengo problema con eso.
Satisfecho con la respuesta de sus vaqueros, Ace se obligó a encontrarse con la mirada de cada uno de sus hermanos. Por primera vez en su memoria, vio la recriminación en sus expresiones. Lo más doloroso era que sabía que se lo merecía.